AntiReseña: La luz inesperada

Gracias a un envío de Anahí Barrionuevo renace A la letra. En esta ocasión, su AntiReseña explora con lucidez y más de una agudeza aspectos relevantes del mundo narrativo de Marco García Falcón, recientemente galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2018 en la categoría novela por Esta casa vacía.

Por Anahí Barrionuevo

Leo La luz inesperada, la tercera novela de Marco García Falcón.



Mientras escribía esta AntiReseña (ejercicio que hago generalmente solo para mí) supe que Marco ha ganado el Premio Nacional de Literatura en la categoría de Novela por Esta casa vacía. Entonces me he preguntado qué va a hacer ahora Marco, alcanzado por el gran fantasma de sus protagonistas, es decir por el éxito. “Ahora que ya ganó”, como podría expresar alguno de sus personajes. Creo que viene haciendo, y mucho.

Es inevitable comparar La luz inesperada con Esta casa vacía, para preguntarse si es mejor, peor o igual. La comparación tiene sentido: ambas novelas se parecen, y también con Un olvidado asombro, la primera. Y tiene más sentido por el premio que le acaba de otorgar el Ministerio de Cultura: Esta casa vacía ha pasado a ser un libro referencial en la obra del autor. Es muy justo el premio, tanto por la novela como por el escritor, sobre el que bien han señalado muchos que maneja una de las prosas más destacables en el Perú. Pero incluso estoy segura de que Marco será un escritor mayor en adelante, si mantiene el ritmo de escritura (una novela por año no es poco, y si es cada dos años estará muy bien) y también si continúa haciendo virajes para enriquecer su obra, como de hecho muestra La luz inesperada. ¿Y por qué ha hecho virajes alguien que acaba de obtener el premio literario más importante del Perú? ¿O para qué? Allá voy.

Foto: Carlos Sotomayor


Los (buenos) antecedentes
Las tres primeras novelas de Marco completan una trilogía de la masculinidad. Pero de una masculinidad en conflicto y en crisis. Sus protagonistas están atormentados, pero secretamente atormentados, porque si los viéramos por la calle (es un decir) nos parecerían necesariamente muy normales, muy típicos. Si los viéramos, digo, porque si los conociéramos la cosa sería distinta: sabríamos que son hombres de éxito, o que aparentan éxito. Estos hombres muestran, o pretenden mostrar, una fortaleza que contrasta con su enorme fragilidad interior, pues por dentro no solo tienen fisuras, sino fracturas. Y este elemento de contraste entre lo interior y lo exterior, entre lo que es y lo que parece ser, viene siendo ya una marca de fábrica en la escritura de Marco García Falcón. Y diría que es la gran marca.

Pero la cosa no queda allí. Si la escritura es exploración, Marco García Falcón lo viene haciendo en sus novelas en torno a la masculinidad, en tanto las tres trazan un camino progresivo. La preocupación sobre la masculinidad no es gratuita para un escritor que pertenece a una generación que, en el caso del Perú, ha sido la primera en ver ciertos cambios que vienen reconfigurando los roles de género tanto en la esfera pública como en la esfera privada. En la obra de Marco, el éxito en ambas esferas es la gran marca de esta masculinidad, y ese éxito se define en su primera novela como prestigio académico; en la segunda como capacidad económica y destreza profesional; y en la tercera ha ido más allá o, mejor dicho, más a fondo. Ya veremos.

Un apunte curioso: hay en los personajes de Marco García Falcón unas formas de mostrar eso que se suele llamar “éxito”, y es a través de la ropa. Sus modelos y sus marcas, que acertadamente no suele mencionar, son siempre el signo más exterior y evidente de su afortunada situación en el mundo. La ropa no deja de ser una externalidad, pero también es el canal que vincula al individuo interior con su medio social. De algún modo se parte de esa idea de que la ropa nos representa. Una se pregunta (o yo me pregunto) por qué tanta ropa, y no, por ejemplo, más tecnología, con sus infinitos gadgets, o más autos, tan masculinos. O yates, o viajes a lugares exóticos, o relojes. La razón, creo, es que la representación se ajusta acertadamente a los anhelos consumistas de la clase media, de una generación aspirante y profesionalizada, pero no necesariamente deseosa de las sofisticadas (y obsesivas) satisfacciones propias de otros sectores sociales. Y esa representación de la clase media es la segunda marca de fábrica en la escritura de Marco García Falcón.

Los (delicados) asuntos
En La luz inesperada, Bruno Gózar es un publicista treintañero peruano afincado en Nueva York, donde ha alcanzado enorme éxito. Y tanto que tiene su propia agencia, que no es poco. Gracias a semejante holgura, se ha permitido invitar a algunos de sus compañeros de colegio para compartir unos días en el paradisiaco Cancún, para repetir su viaje de promoción.

En torno a este eje principal de la acción se muestra la vida de Bruno, su pasado en Lima, y su presente en Nueva York. Su pasado es el de un chico de origen dual: una madre pobre o al menos humilde, de la clase media más austera, y un padre más bien rico, o al menos afortunado, y sobre todo blanco, o al menos algo parecido a blanco. Hijo ilegítimo, gracias al padre asiste a una buena escuela de niños “bien”, o al menos medianamente “bien”, y gracias a la madre aprecia el valor del sacrificio, aunque este enfrente una eterna precariedad, que también es la suya. Obligado por las circunstancias a interactuar con chicos con más privilegios que él, es a la vez inseguro y ambicioso, aunque no necesariamente lo demuestre. Como sea, ya en ese pasado vemos que hay algo de impostura, de representación, de falseamiento, de alguien que no es pero aparentemente es.

Ahora que ha dejado atrás las necesidades insatisfechas, ¿por qué Bruno Gózar quiere revivir un momento de su pasado? Y esa es la pregunta que nos va a responder la novela, porque su presente de éxito profesional y económico sería suficiente para vivir tranquilo y pensar más bien en el futuro. Y más cuando ese presente exitoso es también sentimental, en tanto existe Natalia, su novia, que es la chica perfecta: colega y amiga. ¿Qué más se podría pedir? Se diría que nada.

El propio Bruno no sabe muy bien, o eso parece, por qué ha planeado este viaje o qué desea encontrar en él. Y esta es otra circunstancia frecuente entre los personajes del autor: viven sin necesariamente revisar sus estructuras internas, digamos que “sin hacerse paltas”. Son los hechos que se van desenvolviendo en la trama los que revelan, quizás antes al lector que al protagonista, la verdad que subyace a todo. Y este es el caso también de Bruno, que en los hechos se reencontrará con Ale, su novia de escuela, y con los tres amigos que fueran los más cercanos: Renato, y especialmente Mariano y Julián. Todo podría ser felicidad. Pero no lo es.

Para no entrar en más detalles, el rencuentro con estos cuatro personajes conduce a una situación extrema, y desde ella se nos revelan episodios del pasado que nos hacen (y le hacen) evidente el frágil asiento de la masculinidad de Bruno, en tanto lo que fue dañado en él es su sexualidad, o más precisamente su potencia sexual.

Decía antes que Marco García Falcón ha ido avanzando progresivamente en su exploración sobre la masculinidad y justamente aquí está: ¿qué elemento está en lo más profundo del éxito masculino si no es la potencia sexual? Porque antes que el prestigio académico, o la capacidad económica y la destreza profesional, se sitúa sin duda la potencia sexual. Es quizás el elemento que antecede a todos, que es entendido y vivido como el más esencial, el que se encuentra en la raíz misma de la masculinidad. Esto es lo que alguno de sus personajes podría señalar como “tocar carne”. Y es un acierto.

Ahora bien, la circunstancia que ha generado el daño, o incluso el trauma, en el caso de Bruno Gózar es, a mi parecer, débil. Una circunstancia de abuso, sí, pero también una broma pesada. Me digo que no encuentro proporcionalidad entre el trauma y su origen, ni entre el origen, el trauma y las acciones que desencadena. Y ahí hay, pienso, una cierta falta. ¿Es que acaso como lectora esperaba algo peor que satisficiera mi morbo, o debería decir un grado mayor de catarsis? Sin duda. Sin embargo, para efectos de lo que la novela plantea, no había necesidad de que los hechos fueran más dramáticos, o incluso trágicos, y en ese punto creo que Marco muestra mucho nervio para evitar desbarrancarse en la tentación efectista. Y era fácil. En cambio ha preferido decir que no importa la dimensión de una experiencia, sino la huella que deja en nosotros, o que puede dejar en la mente de un chico frágil como Bruno Gózar.

Marco García Falcón es un escritor moralista. Un explorador ético y filosófico. O así nos lo muestra de nuevo esta novela. Sus personajes, y Bruno Gózar no es una excepción, buscan redención, buscan una verdad, buscan algo. Y a veces lo encuentran. Al menos Bruno Gózar lo encuentra, tras el episodio extremo que constituye el clímax de la novela, y que, a punto de desgraciar su vida para siempre, lo conduce en cambio hacia una luz inesperada, por “Las ganas de transitar hacia un futuro más amable, menos mezquino”. Y esa luz, que también es exterior, es sobre todo interior: “Hay un punto en que ya no puedes evadirte sino mirarte”.

Las (odiosas) comparaciones
He dicho que La luz inesperada llega más lejos que las novelas precedentes de Marco García Falcón en su exploración sobre la masculinidad; de hecho llega a su punto más primitivo y más doloroso. Y eso es su mayor acierto.

Sumaba interés a Esta casa vacía el hecho de que su protagonista, Giovanni Perleche, no fuera en realidad un hombre exitoso, sino uno que pretendía serlo y que enfocaba sus pretensiones en bienes realmente inexistentes (como la casa, y por supuesto la ropa). Ese falseamiento no está ausente en La luz inesperada, desde el origen bastardo del protagonista, y también en las sombras que echan los acontecimientos narrados acerca de, por ejemplo, su relación sentimental con la chica soñada. ¿Era tan perfecta realmente?

La reflexión metaliteraria presente en Esta casa vacía ha desaparecido casi por completo en La luz inesperada, donde, hasta cierto punto, la única reflexión en esta línea es la que hace el narrador y protagonista en torno a su propio nombre. Casi un guiño. Sin embargo, esta ausencia no es necesariamente una falta, y al contrario, acertadamente aleja la obra de Marco de ese ejercicio larval, necesario y a veces genial, pero también un poco infantil y sin duda primario por el que atraviesan muchos escritores, que es escribir sobre el acto de escribir. Y no, no siempre se puede. Es más: llega un punto en que ya no se debe. Más interesante es, en cambio, afrontar simplemente una historia, una historia cualquiera, y contarla. Y hacerlo bien. Digamos, que es atreverse a salir del espacio de confort con un narrador y protagonista que ya no es más un escritor.

En la recreación de espacios ajenos a las zonas comunes o al menos cotidianas, en este caso Cancún, Marco ha regresado al ejercicio minucioso y sorprendente que ya ejecutó en París personal, su primer libro. Sirviéndose de guías y mapas, en tiempos muy precedentes al StreetView, escribió todos esos cuentos sin haber puesto un pie en París, al que solo viajó después. Y a propósito de La luz inesperada me pregunto si realmente ha estado en Cancún... y no me extrañaría que jamás haya ido para allá. Y en esta capacidad de investigar para fabular es donde más se nota la fibra, el nervio y el futuro de un escritor. Nada más lejos de la autoficción, que nada tiene de malo, pero que sí tiene límites. Y se agradece alejarse de ellos.


García Falcón, Marco. La luz inesperada. Lima: Peisa, 2018. 120 pp.

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