UN ASEDIO A "SILVIO EN EL ROSEDAL", de Julio Ramón Ribeyro: La realidad como el reino de la carencia / Galia Ospina
Galia
Ospina es una poeta y ensayista nacida en Bogotá en 1973. Es Magister en
Educación y graduada en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad
Javeriana. Es profesora de la universidad bogotana
Jorge Tadeo Lozano, donde imparte, entre otros cursos, uno dedicado al
pensamiento poético. Es también catedrática en la especialidad de Literatura
Infantil y Juvenil de la Pontificia Universidad Javeriana. La editorial de
esta universidad, en coedición con La Silueta, publicó su obra El libro álbum: experiencias de creación y
mundos posibles de la lectura en voz alta en 2016. Como si nada de esto
bastara, Ospina es además una fervorosa lectora de Julio Ramón Ribeyro, a quien
consagró en 2006 un libro, Julio
Ramón Ribeyro: una ilusión tentada por el fracaso, que podríamos ver publicado en Lima
el presente año. En exclusiva para los lectores de A LA LETRA, dejamos aquí un extracto del capítulo que dedica a la
lectura de “Silvio en El Rosedal”,
uno de los más bellos relatos de nuestro escritor.
Galia Ospina Villalba. FOTO: Sebastián Ospina.
Estás lleno de secretos que llamas Yo.
Tú eres la voz de tu desconocido.
Paul Valéry
En cada una de las letras que escribo
está enhebrado el tiempo, la trama de
mi vida, que otros descifrarán como el
dibujo en la alfombra.
Julio Ramón Ribeyro
Ribeyro está habitado por múltiples voces, diálogos escuchados
en un café, imágenes de sueños, recuerdos de infancia, fragmentos de vida
capturados en medio de la multitud que pasa. En su cabeza dan vueltas preguntas
vitales y necesarias que jamás llegan a completarse en la imagen de un círculo
perfecto. En el género del cuento Ribeyro encontrará un espacio para darles voz
a los mudos y cuerpo a los fantasmas que en su transparencia ya están
embriagados de posibilidad.
En Silvio en El Rosedal,
Ribeyro le “propone al lector un acertijo” y al mismo tiempo “resume en una
alegoría su visión del mundo”1. A través de la máscara de Silvio
Lombardi, el escritor confesará las preguntas que lo asedian en medio de la
maraña de sus días y de la trama que ha ido formando con palabras signadas de
grietas, silencios y abismos. La búsqueda imposible que emprenden Silvio y
Ribeyro nace de preguntas fundamentales: ¿cuál es el sentido de la existencia?,
¿para qué nacemos?, ¿cuál es la figura inscrita en el libro de nuestra vida, la
clave que nos permitirá penetrar en ella de una manera plena y total? Ribeyro
continúa indagando, tratando de descifrar los secretos atrapados en las figuras
del mundo. Su cuento es el resultado de esta lectura. Silvio Lombardi leerá a
su vez las figuras que Ribeyro ha dibujado en El Rosedal, intentando
desentrañar el mensaje que cree oculto en ellas y que le retribuirá el sentido
de su existencia. La escritura se convierte, así, en un juego de reenvíos y
reflejos. Ribeyro es leído por el personaje que ha creado y el lector entra en
el juego al intentar descifrar el sentido del cuento.
La idea de un “yo” está inmersa en una gran cantidad de ficción.
¿Quiénes somos? Conjeturas, proyectos, ilusiones, “un inventario de enigmas”
que jamás se transforma en el reino de la certidumbre. En una entrevista,
Ribeyro estructuró su concepción filosófica del mundo en tres principios que
pueden ser aplicados a Silvio en El Rosedal. Ellos son: “el azar”, “la
imbricación” y “la imposibilidad de conocer la verdad”. Por circunstancias que
se van encadenando en una forma inesperada2, Silvio resulta ser el
heredero exclusivo de El Rosedal, “la hacienda más codiciada del valle del
Tarma [...] por su cercanía al pueblo, su feracidad y su hermosura”3.
Él, que de niño había sido recluido después de la muerte de su madre en el
mostrador de una ferretería, “despachando todo el día en mandil de tocuyo,
tornillos, tenazas, plumeros y latas de pintura”4 era ahora dueño de
un espacio que se escapaba de los estrictos muros de la tienda en donde su
“juventud había sido enterrada traficando con objetos opacos”5.
Estos espacios de estrangulamiento en los que el ser pierde toda iniciativa y
pasión son recurrentes en la narrativa ribeyriana. Basta recordar la oficina
del anónimo escribano Carmelo Rosa o los sótanos del municipio en donde
Arístides anota partidas del Registro Civil. En estos cubículos la vida se ha
convertido en una trama gris y sin
relieve en donde los únicos destellos dorados han ocurrido muchos años
atrás, en el recuerdo de un paraíso que sólo puede estar perdido. La “hora
celeste” ha terminado para abrirse a una luz que destila repetición, muerte y
marasmo. En la ferretería, Silvio había sentido la sombra de una amarga
dualidad entre lo que era y lo que siempre había querido ser, un virtuoso del
violín paseándose “por el Jirón de la Unión con sombrero y chaleco a cuadros,
como había visto a algunos elegantes limeños”6.
Pero la vida se había encargado de destruir las hermosas
imágenes de su infancia, dejándolo como un trozo incompleto, un esbozo o un
fragmento de sí mismo. En su cuerpo quedarán grabadas las señales de las
promesas incumplidas como una quemante sed de otredad que exige el retorno al
centro del deseo. En su juventud, Silvio había sentido “el llamado del desierto”7,
esa necesidad de salir, de trasponer los límites, de buscar el eslabón perdido
que al encajar con nuestra incompletud haría legible nuestra figura. En su
memoria, Silvio guardaba todavía un pálido recuerdo de algunas escapadas
nocturnas por la ciudad, “buscando algo que no sabía lo que era y que por ello
mismo nunca encontró y que despertaron en él cierto gusto por la soledad, la
indagación y el sueño”8. En El Rosedal, Silvio se internará en otra
realidad; atrayente como el abismo; explosiva como un símbolo. Del ámbito
cerrado de la ferretería será conducido por la fuerza del azar al espacio
abierto y enigmático del valle del Tarma que lo iniciará en el lado de la
sombra; túnel y grieta imperturbable de la existencia. “Sin viaje no hay
peripecia. El viaje es el mecanismo desencadenante de la aventura fantástica
porque permite al protagonista alejarse transitoriamente de los rostros
conocidos, de la propia existencia hecha de gestos infinitamente ensayados, y
lo predisponen, también al lector, al acecho, a la tensa espera de lo
inesperado”9. Al comienzo Silvio se muestra renuente a
responsabilizarse de la propiedad agrícola y piensa en venderla, pero “un resto
de prudencia” lo disuade de hacerlo. No se arrepiente, pues al detallar con más
detenimiento la propiedad empieza a sentirse cautivado por su belleza. “Era una
serie de conjuntos que surgían unos de otros en el espacio con el rigor y la
elegancia de una composición musical”10. En este punto el relato se
abre a la idea ribeyriana de la imbricación (“el todo está contenido en las
partes como la parte en el todo”). La hacienda del valle del Tarma se parece a
un paraíso en donde se percibe la mano de un habilidoso arquitecto que compone
y armoniza la variedad de las cosas creadas mediante las sutiles cadenas de la
consonancia musical. La construcción arquitectónica de la hacienda tiene para
Silvio las resonancias espirituales de una catedral gótica en donde el hombre
es dirigido por una fuerza que lo endereza poniéndolo en contacto con el cielo.
Al entrar al patio por el enorme portón que daba a la escalera, Silvio “se
sentía de inmediato abrazado por las alas laterales y aspirado hacia una vida
que no podía ser más que enigmática, recoleta y deleitosa”11. En sus
caminatas por la hacienda, Silvio siente una irresistible atracción por el
jardín, similar a la que puede sentir un escritor por un tema que lo apasiona y
lo atrae como un imán. En esos instantes el universo podría contenerse en la
cáscara de una nuez. La visión se sustrae de toda distracción para disolverse
en lo observado. En el rosedal enclavado en el jardín, Silvio siente la fuerza
de un centro que genera múltiples sentidos:
Era un lugar encantado, donde todas las rosas de la creación,
desde
un tiempo seguramente inmemorial, florecían en el curso del año.
Había rosas rojas y blancas y amarillas y verdes y violeta,
rosas
salvajes y rosas civilizadas, rosas que parecían un astro, un
molusco,
una tiara, la boca de una coqueta. No se sabía quién las plantó,
ni por
qué motivo, pero componían un laberinto polícromo en el cual la
vista
se extasiaba y se perdía.12
El Rosedal se une por una corriente subterránea con ese tiempo y
ese espacio en los que “el mundo se enrollaba sobre sí mismo: la tierra repetía
el cielo, los rostros se reflejaban en las estrellas y la hierba ocultaba en
sus tallos los secretos que servían al hombre”13. Silvio percibe en
el “laberinto polícromo” el reino de las semejanzas. Cada rosa no es una
entidad separada de las otras formas del mundo, sino que es posible leer en
ella las correspondencias secretas que la unen a otras figuras (“astro”,
“molusco”, “tiara”, “boca de una coqueta”, etc.).
El Rosedal está ligado al simbolismo de tres palabras
esenciales: jardín, rosa y laberinto. El jardín es un espacio en el que la naturaleza
es sometida, ordenada, seleccionada. Por esta razón, se constituye en el
símbolo de la conciencia frente a la selva que representa todo lo relacionado
con el inconsciente. El jardín está asociado a la forma de una isla propicia al
ocultamiento de tesoros. Lo anterior se relaciona con el significado simbólico
de la rosa, que puede ser interpretada como un emblema sagrado. En esencia, es
“un símbolo de finalidad, de logro absoluto y de perfección. Por esto puede
tener todas las significaciones, que coinciden con dicho significado, como
centro místico, corazón, jardín de Eros, paraíso de Dante, mujer amada y
emblema de Venus”14. Mircea Eliade señala que la función esencial
del laberinto es proteger el centro, es decir, “el acceso iniciático a la
sacralidad, la inmortalidad y la realidad absoluta, siendo un equivalente de
otras pruebas, como la lucha contra el dragón”15. El laberinto alude
a la necesidad ancestral del hombre de retornar al centro en donde la tierra y
el cielo se unen por hilos de magia y de silencio. La búsqueda emprendida por
Silvio puede interpretarse como una metáfora del escritor configurada en tres
etapas: el ascenso, el mundo como un libro cuyas señales y marcas están por
descifrarse y la nostalgia de un lenguaje que nos incluya como figuras de
sentido. A medida que Silvio se interna cada vez más en El Rosedal empieza a
distanciarse de las invitaciones que le hacen sus vecinos tarmeños, de los
paseos y cabalgatas, de las “fiestas ambulantes y conglomeraciones”,
instalándose en lo que podría llamarse una “vida eremítica”16. Lo
anterior puede equipararse al escritor que se aleja de su mundo y se instala en
un hotel con el objeto de escribir una “obra maestra”. Éste es el tema del
cuento Ausente por tiempo indefinido, en el que Ribeyro detalla
con minuciosidad los intentos fallidos del protagonista por encontrar el centro
de su obra, ese punto de irradiación en donde una frase lleva a la otra por la
fuerza de la semejanza. Al igual que Silvio, el protagonista de Ausente por tiempo indefinido se alejará
de su círculo de amigos para concentrarse en su búsqueda. “...Afuera podía
desplegar el mundo todos sus sortilegios, pero entre los cuatro muros de su
cuarto él creaba un mundo paralelo, tan cierto e intenso como el otro y quizás
más hermoso y duradero”17. Por su parte, los andares de Silvio por
la hacienda “se fueron limitando al claustro y al rosedal y finalmente le
ocurrió no salir durante días de la galería de los altos e incluso de su
dormitorio, donde se hacía servir la comida y convocaba a su capataz”18.
Los días transcurren y se van apilando unos encima de otros con la monotonía de
una hilera de camisas blancas. Todo permanece idéntico a su alrededor, menos
él, marcado en la piel con las señales del tiempo como el hombre de Por las azoteas, cansado de durar en la
soledad de un espacio baldío. En su interior hay un movimiento perpetuo de
preguntas, de inquietudes, un deseo de penetrar en las figuras del mundo y
quebrantar sus duras cortezas para que al fin liberen sus secretos, sus diferentes
grados de profundidad y sutileza. El deseo de Silvio es el mismo que persigue a
Ribeyro cuando indaga la realidad intentando descifrar el mensaje que sólo se
revela en pequeños instantes para luego ocultarse otra vez en la sombra. La
búsqueda de Silvio y de Ribeyro está impulsada por un afán de conocimiento.
Ambos son alquimistas; Silvio en su búsqueda de un orden secreto que atraviese
el caos del mundo y Ribeyro escrutando en él mismo y en el mundo “con un
instrumento mucho más riguroso que el pensamiento invisible: el pensamiento
gráfico, visual, reversible, implacable de los signos alfabéticos”19.
La pregunta que se hace Silvio en la invisibilidad del pensamiento se convierte
en “pensamiento gráfico” en la escritura de Ribeyro: “La vida no podía ser esa
cosa que se nos imponía y que uno asumía como un arriendo, sin protestar. Pero,
¿qué podía ser? [...] Debía haber una contraseña, algo que permitiera quebrar
la barrera de la rutina y la indolencia y acceder al fin al conocimiento, a la
verdadera realidad”20. En este punto el relato se convierte en un
juego a la manera de muñecas rusas. Silvio dibuja en su pensamiento la
pregunta: ¿qué es la vida? Ribeyro a su vez dibuja el enigma en los signos
gráficos del alfabeto, y nosotros, los lectores, hacemos retornar el signo a su
invisibilidad cuando lo llevamos a nuestro interior para descifrarlo”.
La pregunta vital de Silvio Lombardi es un “impulso de
ascensión”21 que lo lleva una tarde a escalar los cerros de la
hacienda. La subida al cerro no se presenta como una empresa fácil. El sol es
abrasador, la pendiente es empinada y está “plagada de cactus, magüeyes y
tunares, plantas hoscas y guerreras”22. La llegada hasta la última
cumbre queda frustrada. El ascenso al cerro guarda una íntima relación con la
lenta construcción de una obra literaria, con ese punto luminoso que se ve
lejano en los inicios y que a punta de tenacidad y esfuerzo se va conquistando
“grada a grada”, “palabra sobre palabra”23.
En la distancia, Silvio percibirá que la hacienda adquiere la
figura de un triángulo “cuyo ángulo más agudo lo formaba la casa y que se iba
desplegando como un abanico hacia el interior”24. La posición de la
casa en el vértice del triángulo se abre a una significación profundamente
simbólica. En la cumbre se está solo, a la intemperie, como en las azoteas. “El
vértice hacia arriba también simboliza el fuego y el impulso ascendente de todo
hacia la unidad superior, desde lo extenso (base) a lo inextenso (vértice),
imagen del origen o punto radiante”25. La búsqueda de Silvio partirá
de lo grande hacia lo pequeño, de la visión de conjunto al detalle. Desde la
distancia, con sus prismáticos, distinguirá una “borrosa tapicería coloreada” y
desde ella un conjunto de figuras geométricas ubicadas con precisión en el
espacio. “Era realmente extraño, nunca imaginó que en ese abigarrado rosedal
existiera en verdad un orden”26. Por un golpe del azar, Silvio
descubre en su hacienda una torrecilla abandonada que parece no tener ninguna
función, como esos espacios olvidados de las azoteas. Al asociarla con el
rosedal, Silvio descubre en ella un observatorio privilegiado, una ventana
abierta a la indagación y al sueño. La torre, al igual que el cerro y la forma
de triángulo de la hacienda, corresponde al simbolismo ascensional, pues tiene
“un significado de escala entre la tierra y el cielo, por simple aplicación del
simbolismo del nivel por el cual altura material equivale a elevación
espiritual”. Por su construcción vertical, la torre se asocia también a la
figura humana. “Las ventanas del último piso, casi siempre grandes,
corresponden a los ojos y al pensamiento. Por esta causa se refuerza el
simbolismo de la torre de Babel como empresa quimérica, que conduce al fracaso
y al extravío mental”27.
Desde la torrecilla, Silvio emprenderá una búsqueda imposible:
perseguir el sen-tido del mundo en el lenguaje y descifrar el enigma del sujeto
en este mundo. Asistimos con Silvio a la antigua metáfora del mundo como un
libro que se abre, que se deletrea y que se lee para conocer el lenguaje oculto,
prisionero en las figuras del mundo. En este sentido, Silvio se acerca a la
noción de lenguaje que manejaron los hombres en el siglo XVI. Entre el lenguaje
y el mundo existía una profunda relación de pertenencia: “...Los nombres
estaban depositados sobre aquello que designaban, tal como la fuerza está
escrita sobre el cuerpo del león, la realeza en la mirada del águila”28.
En la sucesión de figuras vistas desde la torrecilla Silvio distingue con
claridad “un círculo, un rectángulo, dos círculos más, otro rectángulo, dos
círculos finales”. ¿Qué podía significar ese orden?, ¿a qué aludía?, ¿cuál era
el mensaje, la frase escondida en la mudez de las formas? Turner decía que el
mundo está cubierto de blasones, de caracteres, de cifras, de palabras oscuras,
de jeroglíficos. El jardín es como la página de un libro en que las figuras
extrañas se entrecruzan y se repiten. El camino iniciado por Silvio estará
marcado por las analogías imaginarias que va tejiendo a partir de las figuras
observadas. Del “dibujo ornamental” pasará al alfabeto Morse y de éste a una
clave que desemboca en la palabra RES que traducida del latín quiere decir
COSA. Silvio se sumerge en ella, la observa por todos los lados, la escruta, la
interroga, para estrellarse al final con la punta acerada del infinito, tan
cercana al vacío, a la nada. “Silvio [...] vio nada y vio todo, desde una
medusa hasta las torres de la catedral de Lima. Todo era una cosa, pero de nada
le servía saberlo. Por donde la mirara, esta palabra lo remitía a la suma infinita
de todo lo que contenía el universo”29. La escritura de Ribeyro se
bifurca en este punto al género del cuento fantástico, creando redes de
comunicación con el Aleph de Borges, esa palabra que contiene “el inconcebible
universo”30. Todos los espacios del Aleph ocupan el mismo punto,
“sin superposición y sin transparencia”: “...cada cosa [...] era infinitas
cosas, porque yo claramente las veía desde todos los puntos del universo. Vi el
populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una
plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era
Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un
espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó”31.
Esta visión simultánea carecería de sentido sin la visión de Beatriz Viterbo,
esa mujer “alta, frágil y con una como graciosa torpeza, un principio de
éxtasis en su andar”32. El mundo carece de sentido si no podemos
leernos en él, sentir correr la historia personal en el tiempo. A Silvio
Lombardi no le bastaría ver el mundo en un aleph; para que esta visión se
llenara de sentido tendría que poder leerse a sí mismo, encontrar su lugar en
medio de la infinitud, contenerse en una frase que en su pequeñez expresara
todo su sentido como sujeto en el mundo.
Silvio sigue su búsqueda imposible, vuelve a observar hasta el
cansancio la palabra RES y se da cuenta que invirtiendo el orden de las letras
se llega a la palabra SER. Al poco tiempo percibe que es una palabra tan
infinita y vaga como COSA. En un destello de lucidez se le ocurre que lo que se
esconde en el jardín no es una palabra, sino una sigla. En su afán por
dilucidar el sentido oculto de esas tres letras comienza a construir frases no
exentas de humor y absurdo (“Serás Enterrado Rápido”, “Sócrates Envejeciendo
Rejuveneció”, “Sóbate Encarnizadamente Rodilla”, etc.). Una vez más Silvio
había fracasado en su intento por encontrar en su vida coherencia y sentido a
través del lenguaje. En la sigla SER no podían leerse las huellas de su propio
yo y menos aún los reflejos del propio sentimiento. “Sin duda se había
embarcado en un viaje sin destino”33. En una entrevista, Ribeyro
expresó el sentido que le había dado a la búsqueda en la creación de su cuento:
Yo quería expresar una idea de tipo alquímico. La idea de que lo
importante en la vida es el esfuerzo desplegado y no la meta a
la
cual se llega. Desde hace algún tiempo me intereso por la
alquimia,
pero no por la alquimia operativa (es decir, la piedra
filosofal, la
conversión en oro) , sino por la parte teórica [...] la unidad
de la
materia, las relaciones entre el microcosmos y el macrocosmos,
la idea de que el proceso mismo es más importante que el
resultado
y ahora en “Silvio en El Rosedal” asistimos a una búsqueda
imposible.34
El jardín se convierte como en las azoteas en un espacio liso, en donde lo que importa es
el propio trayecto y no la meta alcanzada. La misma escritura de Ribeyro surge
como una flecha que en la tensión es lanzada al futuro sin esperar de su obra
una repercusión masiva ni publicitaria. Tanto Silvio como Ribeyro están solos
en su búsqueda viviendo la perpetua oscilación entre grandes ilusiones y
rotundos fracasos en el plano de la realidad. Después de tantos intentos
seguidos por la frustración, Silvio “seguía siendo un solterón caduco, que
había enterrado temprano una vocación musical y seguía preguntándose para qué
demonios había venido al mundo”35. Las palabras podían cambiar sus
códigos, pero su vida seguía insistiendo en viejas preguntas que no tenían respuesta
ni morada. En su desamparo, Silvio se deja crecer una barba rojiza que lo hace
lucir como un náufrago y descuida su hacienda. El jardín en donde antes había
creído distinguir la clave de un tesoro se transforma en un desierto de una
mudez aterradora. Las palabras y el mundo han roto su antigua alianza. El
hombre se ha convertido en un signo errante en busca de un sentido que ya jamás
encontrará, pues los signos legibles han dejado de parecerse a los seres. A
través de unos diccionarios que había encargado a Lima, Silvio lee que en
catalán RES quiere decir nada. La escrutó por todos los lados, “sin encontrar
en ella más que lo evidente: la negación del ser, la vacuidad, la ausencia.
Triste cosecha para tanto esfuerzo, pues él ya sabía que nada era él, nada el
rosedal, nada sus tierras, nada el mundo. A pesar de su certeza, siguió abocado
a sus tareas habituales, en las que ponía un empeño heroico, comer, vestirse,
dormir, lavarse, ir al pueblo, durar en suma y era como tener que leer todos
los días la misma página de un libro pésimamente escrito y desprovisto de toda
amenidad”36. El fracaso de Silvio puede leerse también como un
símbolo de la fragmentación de la cultura peruana, del rumor de esa grieta que
dividió el mundo de los astros del mundo de la tierra generando en el hombre
una profunda nostalgia de otredad, de espacio y posibilidades de ser.
A pesar de su larga cadena de decepciones, Silvio vuelve a
ilusionarse cuando llega una carta de su prima Rosa Eleonora Settembrini
pidiéndole que la aloje en El Rosedal junto a su hija Roxana Elena Settembrini.
En ambos nombres puede leerse la palabra RES, pero en su sobrina esa cifra
adquiere las resonancias de un “orden celeste”. Su imaginación lo hace alucinar
y desde ese momento le parece que su sobrina ha llegado de otra realidad más
elevada y sagrada. Tanto Rosa como Roxana son objetos de lectura, pero Silvio
sólo puede ser el sujeto de la lectura. Su nombre no forma la sigla RES, él no
puede leerse a sí mismo, desenvolver su propio enigma.
El entusiasmo vivido con la llegada de Roxana descenderá como
todos los impulsos que quieren llegar hasta la cumbre de una montaña. En una
fiesta organizada por Rosa con el objetivo de presentar a su hija ante la alta
sociedad tarmeña “con fines mezquinamente nupciales”, Silvio empieza a sentir
la lejanía de su idealizada Roxana. En medio de sus jóvenes pretendientes “que
se esfuerzan por cumplir [...] la más brillante de sus performances”, Silvio
camina cercado por la multitud en un desierto. Cuando oscurece comienza a
sentirse “horriblemente cansado y triste”. Se retira del ruido festivo y
asciende a su torrecilla donde intenta en medio de fuegos artificiales
distinguir “los viejos signos, pero no veía sino confusión y desorden, un
caprichoso arabesco de tintes, líneas y corolas. En ese jardín no había enigma
ni misiva, ni en su vida tampoco”37. Ni la rosa de la finalidad
absoluta, ni el jardín de Eros, ni el centro del “laberinto polícromo”, ni las
analogías sagradas, ni el sentido oculto de las palabras... El fracaso no puede
ser más rotundo ni más desolador. Sin embargo, Silvio
intentó una nueva fórmula que improvisó en el instante: las
letras
que alguna vez creyó encontrar correspondían correlativamente a
los números y sumando éstos daban su edad, cincuenta años, la
edad
en que tal vez debía morir. Pero esta hipótesis no le pareció ni
cierta
ni falsa y la acogió con la mayor indiferencia. Y al hacerlo se
sintió
sereno, soberano. Los fuegos artificiales habían cesado. El
baile se
reanudó entre vítores, aplausos y canciones. Era una noche
espléndida.
Levantando su violín lo encajó contra su mandíbula y empezó a
tocar
para nadie, en medio del estruendo. Para nadie. Y tuvo la
certeza que
nunca lo había hecho mejor.38
La figura escondida, el enigma de lo que somos sólo se revelará
cuando hayamos muerto, cuando “el cuadro quede colgado en la pared”. La vida
está habitada por “esos espacios huecos que nada terrenal o celestial llegan a
colmar”. Ribeyro y Silvio han levantado el velo de la realidad para descubrir
que detrás de ella hay una nada gigantesca. Desde este espacio de silencio
surge la creación: la escritura y la música. En medio de la tristeza, del
cansancio de tantos días dibujando la misma página y la misma tonada, hay que
permanecer atentos, pues existen pequeñas puertas que se abren, instantes en
que el tiempo deja de ser caída para transformarse en la duración de lo
fugitivo. Mientras Ribeyro se deleita en su encierro “y toma de aquí y de allá
el zumo de las cosas, la frase de un libro, la línea de un grabado, la cadencia
de una melodía, el aroma de una copa, la silueta de una idea que asoma, refulge
y desaparece”39, Silvio toca su violín en “la duración de un
instante perfecto”. Si el mundo se presenta como una baraja de naipes caídos
sin orden ni sentido, la escritura y la música son fuerzas reordenadoras. Ambas
se ejercen desde la soledad, en una torrecilla lejana a los rumores del mundo
de los bajos. “La única manera de continuar en vida es manteniendo templada la
cuerda de nuestro espíritu, tenso el arco, apuntando hacia el futuro”40.
4. A manera de conclusión
Julio
Ramón Ribeyro es “la palabra del mudo”, del ser humano anónimo y desapercibido.
El escritor no juzga a sus personajes, al contrario, manifiesta una profunda
compasión por todos ellos. Su escritura es el rumor de la vida; un mapa en donde transitan las líneas de la
ilusión, del desengaño, de la muerte y el olvido. Es a partir de la vida que se
construyen los sueños, pero es también la vida la que se niega a realizarlos.
Este ensayo es un intento por comprender la obra narrativa del
escritor peruano desde la construcción de una poética muy personal. La obra
artística vendría a ser el rostro visible y transformado de la corriente
subterránea de la vida.
La primera intuición que me asaltó después de haber leído Prosas apátridas, Dichos de Luder, los Cuentos completos, y en especial, sus
diarios personales reunidos bajo el nombre La
tentación del fracaso fue percibir una voz subterránea que los atravesaba,
dotándolos de una profunda coherencia y unidad. Me sorprendí al darme cuenta
que párrafos enteros de Prosas apátridas
reaparecían en sus cuentos con algunas variaciones. A través de mi
investigación me sumergí en la tarea de hacer visible este continuum que se percibía en una lectura totalizadora de la obra
ribeyriana. En los diarios personales encontré muchas semejanzas entre las
situaciones de desencanto, de frustración, absurdas, sin salida, vividas por el
autor, y las ocurridas a los personajes de sus relatos. Vida y obra son inseparables.
Los cuentos surgen de la propia experiencia o de imágenes que por su intensidad
se han vuelto parte del cuerpo, resguardándose en una dimensión interior que
con el tiempo adquiere una proyección simbólica. La escritura contiene en sí
misma la ilusión y el corte transversal impuesto por una realidad inevitable.
Ribeyro siempre se enfrentó con anticipada angustia y preocupación
a la concepción totalizadora de una época. ¿Cómo concebir la realidad peruana
de una forma plena y armónica cuando la vinculación con el pasado había sido
interrumpida violentamente con la Conquista? Desde entonces, el mundo de los
astros dejó de reflejarse en los signos de la Tierra, creando un desequilibrio
de proporciones alarmantes. Según el escritor Julio Ortega, la historia de Perú
puede ser leída desde la dramática historia del deseo. El hombre peruano vive
la permanente escisión entre su noción ideal de mundo y la de la realidad. El
horizonte del deseo no tiene un lugar en el mundo, pues la realidad está
plagada de faltas y carencias. ¿Cuál es la última ficha de juego que tiene el
hombre ante una realidad herida e incompleta? La respuesta debe hallarse en la
reserva inagotable de la imaginación.
La misma existencia de Ribeyro estuvo marcada por una quemante sed
de otredad. En medio de las circunstancias más adversas, aún sabiendo que su
vida es “como un barco que sale en busca del naufragio”, Ribeyro y sus
personajes “levan anclas cada día para hacerse a la vida”. Cada vez más,
Ribeyro fue pareciéndose a sus personajes de ficción. Como ellos, pasó anónimo
y desapercibido. Su nombre fue ignorado en la sonoridad ruidosa del boom latinoamericano, a pesar de que fue
el iniciador de la literatura urbana de nuestro tiempo, de la de Mario Vargas
Llosa, Miguel Gutiérrez, Alfredo Bryce Echenique. Ribeyro jamás quiso convertir
el oficio de la escritura en una profesión, sino en una vocación. Tampoco le
interesó la celebridad ni el reconocimiento masivo. Su más alta preocupación
era contar una historia de la forma más íntegra y honesta. En un momento en que
la novela era el género más respaldado por las editoriales, Ribeyro se embarcó
en el género del cuento elevando su rango artístico y empecinándose aún más en
seguir a sus maestros: Stendhal, Balzac, Chejov. Lo que lo apasionaba era comunicar
en sus escritos el rumor de la vida,
retener lo fugitivo y hacerlo perdurar en una frase, capturar en un párrafo la
eterna duración de un instante. Detrás del refinamiento de la expresión, y de
una escritura contenida, neutra, depurada de todo barroquismo formal, existe el
hombre roto, el vacío y la desgarradura.
El cuento Silvio en El Rosedal teje todo un sistema de reenvíos
y reflejos con la siguiente frase del autor: “Pienso a menudo que así como la
literatura de algún autor es la hechura de su propia vida, así también la vida
de un autor es lo que uno escribe”. Silvio
en El Rosedal es un símbolo de toda su obra. La construcción literaria es
el resultado de la indagación de Ribeyro en las figuras del mundo en busca de
un orden que le dé sentido a su existencia. A su vez, Silvio Lombardi intentará
descifrar las figuras que Ribeyro ha dibujado en El Rosedal, procurando
desentrañar el mensaje que cree oculto en ellas y que le retribuirá el sentido
de sus días sobre la Tierra. Ribeyro es leído por el personaje que ha creado, y
nosotros, los lectores, ingresamos a este juego al interpretar el dibujo
enclavado en las formas del jardín.
En una de las
cartas que Ribeyro le escribió a su hermano Juan Antonio, dice que a él la
única definición que le correspondería es la que daba Stendhal cuando le
preguntaban por su profesión: observateur
du coeur humain. Tanto Ribeyro como Baudelaire fueron los transeúntes de
los pasajes umbrosos. Sitios visitados por la inmensa familia de los vencidos,
de los fracasados, de quienes han visto quebrarse sus ilusiones como un trasto
viejo. Ambos caminaron en medio de una selva caótica de información, de las
luminosas fantasmagorías que engañan a los incautos, distinguiendo en medio de
los escombros el esplendor de la belleza que lanza sus raíces en el desierto de
los hombres.
Notas:
1. Ribeyro, 1996. “La palabra del mudo”
(Introducción). En: Asedios a Julio Ramón
Ribeyro, p. 37.
2. El padre de
Silvio, Salvatore Lombardi sufre una afección pulmonar que le impide realizar
su viejo sueño de regresar a Tirole, en los Alpes Italianos. Su médico le
aconseja buscar un “lugar apacible y de buen clima donde pasar el resto de sus
días”. Por unos amigos comunes se entera de que Carlos Paternoster tiene
intenciones de vender El Rosedal y adquiere la hacienda. Él jamás se imaginó
que en la esquina menos pensada estaba acechándolo lo invisible, una pepa de
durazno que se le atragantó en la garganta causándole la muerte. (N. de la
Autora).
3. Ribeyro, 1994. “Silvio en el rosedal”. En: Cuentos completos (1952-1994), p. 484.
4. Ribeyro, 1994. Ibíd., p. 485.
5. Ribeyro, 1994. Ibídem.
6. Ribeyro, 1994. Ibídem
7. Ribeyro, 1994. “La casa en la playa”. En: Cuentos completos, p. 656.
8. Ribeyro, 1994. “Silvio en el rosedal”. En: Cuentos completos, p. 485.
9. Graciela Sheines, 1991. “Claves para leer a
Adolfo Bioy Casares. En: Cuadernos
Hispanoamericanos, enero, p. 487.
10. Ribeyro, 1994. “Silvio en el rosedal”. En: Cuentos completos, p. 486.
11. Ribeyro, 1994. Ibídem
12. Ribeyro, 1994. Ibídem
13. Foucault, 1983. Vigilar y castigar, p. 26.
14. Juan Eduardo Cirlot, 1991. Diccionario de símbolos, p. 390.
15. Cirlot, 1991. Op. cit., p. 266.
16. Ribeyro, 1994. “Silvio
en El Rosedal”. En: Op. cit., p. 490.
17. Ribeyro, 1994. “Ausente por tiempo indefinido”.
En: Op. cit., p. 602.
18. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En: Op. cit., p. 488.
19. Ribeyro, 1975. Prosas apátridas (completas), p. 62.
20. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En: Op. cit., p. 489.
21. Cirlot, 1991. Op. cit., p. 88.
22. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En: Op. cit., p. 489.
23. Ribeyro, 1975. Prosas apátridas (completas), p. 135.
24. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En: Op. cit., p. 489.
25. Cirlot, 1991. Op. cit., p. 446.
26. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En: Op. cit., p. 490.
27. Cirlot, 1991. Op. cit., p.
446.
28. Foucault, 1983. Op. cit., p. 44.
29. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En: Op cit, p. 491.
30. Jorge Luis Borges, 1983. El Aleph, p. 157.
31. Borges, 1983. Op. cit., pp. 169-170.
32. Borges, 1983. Op. cit., p. 171.
33. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En Op. cit., p. 493.
34. Ricardo González Vigil, 1979. “La palabra del
autor”. En: Suplemento Dominical de El
Comercio, 19 de marzo.
35. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En: Op. cit., p. 493.
36. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En: Op. cit., p. 496.
37. Ribeyro, 1994. “Silvio en El Rosedal”. En: Op. cit., p. 502.
38. Ribeyro, 1994. Ibídem.
39. Ribeyro, 1975. Prosas apátridas (completas), p. 112.
40. Ribeyro, 1975. Prosas apátridas (completas), p. 180.
Bibliografía:
Borges,
Jorge Luis. El Aleph. Editorial
Alianza. Madrid. 1983.
Cirlot,
Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. Editorial
Labor. Barcelona. 1991.
Foucault, Michel. Vigilar
y castigar. Editorial Siglo XXI. México. 1983.
González
Vigil, Ricardo. “La palabra del autor”. Suplemento
Dominical El Comercio (Lima, 19 de marzo de 1979).
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Católica del Perú. Lima. 1996.
Ribeyro,
Julio Ramón. Cuentos completos (1952-1994).
Editorial Alfaguara. Madrid.
1994.
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Prosas apátridas completas. Editorial
Tusquets. Barcelona. 1975.
Sheines, Graciela (1991). “Claves para leer a Adolfo Bioy
Casares”. Cuadernos Hispanoamericanos,
Madrid, enero.
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