MEMORIA NÓMADA: Las mil y una mudanzas de Cees Noteboom
Mark Twain, un maestro creador de ficciones y frases célebres dijo
alguna vez que viajar era un ejercicio con consecuencias fatales para los
prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente. Robert Louis Stevenson,
otro fabulador contumaz, sentenciaba: “No hay tierras extrañas. Quien viaja es
el único extraño”. El viajero es un ser único. Dueño o esclavo de sus
obsesiones, de su sed algo metafísica, de su curiosidad terrena e inagotable.
Con Cees Noteboom en el Convento de Santa Catalina, en Arequipa. Hay Festival 2017. Foto: Anahí Barrionuevo.
El holandés Cees Noteboom es, también, un ser único. Un
viajero que escribe, un viajero que descansa, alguien que entre un viaje y otro
vuelve a su estudio en Menorca, donde lo espera un jardín del que cuida con devoto
esmero y donde crecen, en su rigurosa y caprichosa geometría, cactos de
diversas especies. Para decirlo en sus propias palabras, seis (así suena su nombre pronunciado en su lengua, el dialecto
flamenco del neerlandés) es un nómada con casa propia.
Nacido
en 1933, ostenta un nombre cuya extensión ya es metáfora de un viaje: Cornelis
Johannes Jacobus Maria Noteboom, pero es solo Cees Noteboom para todos los
fines de su azarosa existencia de escritor y viajero impenitente. Su
bibliografía es igualmente caudalosa y ha cosechado varios galardones. Acaso se
trata del escritor holandés mas importante en actividad, lo que explicaría, en
parte, su frecuente presencia en las ternas del Nobel de Literatura.
El
texto que da inicio a Hotel Nómada[1], uno de sus libros de viajes más
conocidos, nos enfrenta a una cita de Ibn Arabi, extraída de un famoso libro de
este sabio árabe del siglo XII: “El origen de la existencia es el movimiento. Esto
significa que la inmovilidad no puede darse en la existencia, pues, de ser esta
inmóvil, regresaría a su origen: la Nada. Por esta razón el viaje no tiene fin,
tanto en el mundo superior como en el inferior” (13).
“El
viaje no tiene fin”, repito lo dicho por Arabi. ¿Y La escritura de Noteboom? Me
convenzo cada vez más de que su literatura supone también un desplazamiento, un
viaje sin fin por diversos géneros: novela, ensayo, poesía; sin embargo, son
las crónicas en las que relata sus muchos viajes por el mundo donde su prosa
alcanza estatura de genuino arte, de experiencia que invita a la reflexión, de
vida que se transforma en ideas.
Lo
conocí en Arequipa, ciudad que Noteboom visitaba por primera vez. Habíamos
arreglado una entrevista para el canal 7, la señal pública del país. La
locación era inmejorable: una pequeña terraza rodeada de árboles y flores en el
corazón del Convento de Santa Catalina. Algo sorprendido por la cámara y los
preparativos del diálogo, dijo en voz alta: “Nunca he estado aquí, pero todo me
es familiar”.
Mientras
se preparaban los detalles técnicos, asomó una conversación informal que sirvió
para mostrar una faceta de Noteboom: su calidez y su sentido del humor. Su
castellano fluido era interrumpido muy ocasionalmente por preguntas a su
esposa, en pos del significado de alguna palabra que escapara a su diccionario de
español mental. “Estuve en Lima el año pasado”, apuntó. “Y estuve con un poeta
muy viejo y muy bueno, anarquista, simpático”. ¿Leoncio Bueno? “Sí, ese,
Bueno”.
La
cámara no termina de acomodarse. Los tachos de luz no encuentran el lugar
adecuado. La productora se mueve en varias direcciones, dando órdenes rápidas y
tajantes, lo que motivó un comentario del poeta: “La directora es muy bonita,
pero muy directora”. En los segundos que le tomó decir esta frase, una sonrisa
llena de picardía acentuó aun más las arrugas de su rostro.
“En
cierta ocasión fui a visitar la tumba de Cervantes, en el monasterio donde
reposan sus restos. Recuerdo que llamé a la puerta y que me recibió una monja.
¿Aquí está la tumba de Cervantes?, pregunté por alguna razón, como si no lo
supiera. Sí, me respondió la monja, pero el señor ha salido. Siempre pasan
estas cosas con Cervantes”, me dice Noteboom, a punto de soltar una carcajada. Precisamente,
entre los numerosos libros que ha escrito Noteboom hay uno muy especial: Tumbas de poetas y pensadores[2], un fabuloso recorrido por varios
cementerios del mundo. El texto es acompañado (¿acompasado debiera decir?) por
hermosas fotografías, tomadas por su compañera de ruta, Simone Sassen.
Asociar
este bello volumen a un simple adoratorio de vidas que fueron empobrece su
lectura. Algo más hay en la muerte que
se parece irremediablemente a la vida. La imposibilidad de conocer a la persona
cuyos restos reposan bajo una lápida nos deja abierta la puerta para imaginar
su existencia, escuchar ilusoriamente sus palabras y darse cuenta de que “En
algún rincón secreto de nuestro corazón albergamos la idea de que esa persona
nos ve y se da cuenta de que seguimos pensando en ella (…) Cada visita a la
tumba de un poeta es una conversación en la cual la respuesta ya está ahí mucho
antes de todo lo que nosotros mismos pudiéremos decir” (13).
¿De las tumbas que ha visitado cuál le
gustó más?
--Hay
diferentes sensaciones, porque no es solamente la tumba sino además lo que hace
la gente allí. Por ejemplo, en la tumba de Cortázar, siempre hay una botella de
absinta. En la de Vallejo es frecuente encontrar guantes, frascos de perfume y
cartas que le envía la gente, pero claro, es difícil saber si Vallejo las lee
(risas).
¿Es
difícil el holandés?
--No. El holandés es muy fácil. ¡Si yo
puedo hablar español, cualquiera puede hablar holandés! (risas).
Hablemos
de la tierra. Usted cultiva un huerto cuando no está viajando. ¿Cómo surge la
idea del huerto?
--Sucede que he viajado mucho por
América Latina, lo que me ha permitido conocer muchas especies de cactus y
otras suculentas. En algún momento decidí plantar un jardín alrededor de mi
estudio, en Menorca, para tener cerca de mí todas esas plantas. De hecho en
Menorca conseguí siete cactus completamente diferentes, pero a todos los
llamaban de la misma manera: cactus. Entonces comencé a nombrarlos: el
solitario fálico es uno de ellos; el torturado es otro, y así. Han sobrevivido
a los inviernos mediterráneos.
¿Ese
estudio y su huerto serían como un refugio? Se podría decir que usted es un
nómade con casa propia.
--Llevo viviendo muchos años en
Menorca, pero recién conseguí permiso del municipio para construir ese estudio
fuera de la casa. Alrededor decidí plantar el jardín. Es un lugar de descanso y
a la vez de trabajo, de reflexión y de escritura, de acción y de contemplación.
¿Los
viajes son una metáfora de algo?
--Para mí el viaje más que una metáfora
es una práctica. Empecé a viajar a los diecisiete años y como dije una vez en
un libro, le dije adiós a mi madre y, de cierta manera, nunca he vuelto.
¿Y
qué busca uno cuando viaja?
--Experiencias. Satisfacer
curiosidades. Y escribir, porque yo escribo sobre mis viajes. He escrito, por
ejemplo, un libro de mi recorrido por España, El desvío a Santiago. El viaje es material literario, de escritura.
Algunos libros no están todavía en español, como Peregrinajes del Saigoku, un recorrido por treintaitrés templos
japoneses del año mil, conocidos también como los templos de Kannon.
En
sus libros de viaje hay un ánimo temático. Por ejemplo, este libro del que me
hablaba, el de las tumbas de poetas…
--Es cierto. Y aprovecho para decirle
algo más sobre la tumba de Vallejo. Me asombró mucho la primera vez que la vi.
Me pareció estar frente a un altar animista. Trataba de imaginar a cientos de
peruanos o quizá no solo peruanos, acercándose a esta tumba a dejar un frasco
de perfume, cigarrillos, guantes, cartas y poemas. Como si se tratara de una
adoración. Fue fantástico.
¿Escribir
es también una forma de viajar?
--Podría decirse que sí. Para mí estas
dos actividades están muy conectadas, tienen una ligazón muy íntima y profunda.
Después de cada viaje físico viajo otra vez, escribiendo. Un viaje fáctico y
otro de papel, esa es la idea. Durante el viaje tomo notas todo el tiempo. Mi
esposa es fotógrafo, de modo que lo que yo registro en palabras ella lo registra
en imágenes.
En
alguna parte leí que usted no tenía recuerdos de infancia, excepto la foto de
su primera comunión y algunas imágenes terribles del bombardeo de la casa de
sus padres por los nazis…
--Sí… No es imaginación. Realmente no
los tengo. De mis primeros seis años no conservo nada en la memoria. Y es una
lástima, porque para escritores como Proust o Nabokov los primeros años fueron
de altísima importancia. No tengo nada. Miro esa foto de la primera comunión y
digo: ese soy yo. Pero no me recuerdo. Una vez, en Holanda, hicieron una
exposición sobre mi vida y obra y estuvimos buscando información sobre lugares:
casa, escuela; también personas, mis primeros maestros, por ejemplo. No
encontramos nada.
Quizá
por eso es escritor, para inventarse esa memoria.
--Pues a lo mejor sí (risas). A veces
hay que inventarse una memoria. Me educaron mis padres. Ellos se divorciaron y
mi padre murió en la guerra, en 1945. Luego mi madre se casó con un hombre muy
católico que me inscribió en una escuela religiosa, de franciscanos, de la que
me expulsaron muy pronto (risas). Luego pasé por los agustinos, pero también me
expulsaron. No terminé la escuela, pero allí conocí y leí a los clásicos, algo
que a la larga fue una experiencia fundamental para mí. Ovidio, Homero, un
tesoro.
¿Qué
hizo que un holandés se interesara tanto por España?
--Yo soy creyente de la metempsicosis.
Me gusta pensar que en otra vida he sido miembro de la nobleza española, acaso
un monje (risas). Quizá eso explica las cosas, además hay monjes en todos mis
libros.
¿Le
provoca algún tipo de ilusión ser mencionado con frecuencia entre los
candidatos al Nobel de Literatura?
--No. La verdad no. Me lo dicen cada
año. Un día me llama mi editor sueco y me dice: “queremos saber dónde estarás
mañana todo el día”. Y Modiano ganó (risas). ¿Sabe qué? Ya estoy demasiado
viejo para estas cosas.
¿Le
interesa lo que dicen los críticos sobre sus libros?
--Hay muchos escritores que mienten
sobre esto. Dicen que nos los leen, que no les interesa. Yo no les creo. Y sí,
yo leo a mis críticos.
¿Y
qué opinión le merecen las cosas que lee?
--A veces me enfado. Otras me enamoro.
¿Qué
autores de lengua española le interesan más en este momento?
--Siempre leo a Borges, todo el tiempo.
Recientemente he leído un libro de Javier Cercas, una novela titulada La velocidad de la luz. Un libro
extraño, pero muy poderoso. He estado leyendo también a un chileno, Alejandro
Zambra. Me gusta Bonsai. Zambra ha ganado
hace poco un premio importante en Europa y yo escribí el texto para la
premiación. También me interesa Valeria Luiselli, una joven escritora mexicana
a quien he prologado para una edición inglesa.
¿Está
escribiendo algo en este momento?
--Tengo casi terminado un libro sobre
Venecia. Espero que aparezca en enero.
Usted
ha escrito muchos géneros: novela, ensayo, crónica, poesía. ¿Cómo le gustaría
ser recordado, como viajero, como poeta, como novelista?
--No deseo ofender a nadie. Usted sabe
que yo he escrito novelas, pero nadie habla de ellas. Pero al margen de eso, la
poesía es algo muy importante en mi vida. Muy pronto saldrá un libro de poemas
míos en Visor, bajo el título Luz en
todas partes. No hace mucho pasó
algo que me conmovió. Estaba en España, en una conferencia. En la primera fila
había una muchacha que levantó la mano supuestamente para hacer una pregunta y
recitó un poema mío. Eso contesta la pregunta, me parece. (Alonso Rabí do Carmo).
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